lunes, 10 de agosto de 2015

Reflexión de Hoy- Lunes 10-08-15 ( Meditación: Juan 12, 24-26).

Meditación: Juan 12, 24-26. Autor: Fuente: la-palabra.com El diácono San Lorenzo tenía a su cargo el cuidado de los bienes de la Iglesia en Roma a

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Meditación: Juan 12, 24-26.

Autor:
Fuente: la-palabra.com

El diácono San Lorenzo tenía a su cargo el cuidado de los bienes de la Iglesia en Roma a mediados del siglo III y daba limosnas a los pobres, tarea que cumplía con gran esmero y compasión, porque reconocía que los pobres eran el tesoro más grande de la Iglesia, pues eran objeto especial del favor de Dios.

En el año 257, el emperador Valeriano inició una persecución contra los cristianos y en menos de un año el Papa Sixto fue arrestado y ejecutado. Cuatro días más tarde, Lorenzo experimentó igualmente el martirio. Se cuenta que cuando le ordenaron presentar los tesoros de la Iglesia ante el emperador, reunió y presentó a todos los inválidos, los ciegos, los leprosos y los pobres, pero con este acto de testimonio de Cristo firmó su propia sentencia de muerte. Muchos relatos han circulado acerca de la manera en que murió Lorenzo, pero todos llevan la misma característica: Que amó al Señor con toda su alma y quiso entregarse por entero a Jesús. Al verse en peligro de muerte, su único anhelo fue complacer a Cristo, consciente de que la muerte no podía separarlo del amor de Dios.

A los ojos del mundo, la vida y la muerte de Lorenzo fueron inútiles; pero en realidad él vino a ser un grano de trigo que, al igual que Jesús, cayó en tierra, murió y produjo una abundante cosecha para el Reino de Dios, porque al enterarse del martirio y singular acto de amor de Lorenzo, muchísima gente se ha sentido movida a entregarse a Jesús a través de los siglos.

¿Cuáles son las aspiraciones de tu corazón? ¿Qué significa Jesús para ti? Cualesquiera sean tus respuestas, el Señor quiere llenarte del Espíritu Santo, porque lo que él busca es precisamente un corazón que le diga: "Jesús, anhelo conocerte más y amarte más." Cristo desea que pongamos en sus manos cada día de nuestra vida para que él nos colme de la fortaleza necesaria para obedecer su llamado. Por eso, si tú invocas a Jesús, él te irá transformando poco a poco con el intenso amor de su propio corazón.

"Jesús, Señor mío, sé que yo no puedo hacerme santo, pero tú sí puedes. Pongo mi vida en tus manos para que actúes en mí y a través de mí como tú quieras. ¡Tú eres mi tesoro más valioso!"

2 Corintios 9, 6-10
Salmo 111, 1-2. 5-9

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