Meditación: Mateo 23, 13-22.
En
el Evangelio de hoy vemos a Jesús —que se auto define como “manso y
humilde de corazón”, que se conmueve ante los sufrimientos de los otros,
que se muestra amable con los pecadores y que es tierno con los pobres y
los sencillos— que ahora condena en tono severo la hipocresía religiosa
de los fariseos, con expresiones de castigo y juicio y expresa su dolor
por el mal que ve en el mundo.
Es
una dura crítica contra el fanatismo religioso de los fariseos. Pero la
enseñanza del Evangelio nos muestra la facilidad con que algunos
creyentes se dejan arrastrar por el fanatismo y salen del ámbito de la
experiencia cristiana, en la que lo esencial es seguir a Jesús, llevar
una vida de fidelidad a la Iglesia y entender la voluntad de Dios según
las circunstancias de la vida, especialmente en lo que se refiere al
amor al prójimo.
Si
bien es cierto que Jesús dirige estas Palabras primordialmente a los
guías religiosos, hemos de sentirnos interpelados todos los cristianos,
porque todos hemos tenido parte en errores como los que señala el Señor.
En una medida u otra, todos somos culpables de estos pecados
denunciados por Jesús con tanta energía. Son también una llamada de
alerta para no incurrir en ellos.
Nosotros,
los cristianos de hoy, no escapamos de las tendencias legalistas que
rigen el mundo actual, en el cual abundan leyes, decretos y reglamentos
que carecen de sentido común, ya que han sido creados para privilegiar
principalmente los intereses de quienes ostentan el poder político. Tal
situación desafía al cristianismo y a la Iglesia a poner al ser humano
en el centro de todo proyecto y desde ahí reactivar el mensaje profético
a favor de la dignidad.
Hermano,
¿qué puedes hacer tú para remediar estas situaciones en tu propia
comunidad, ciudad o país? ¿Orar? Por supuesto, pero también hay que
realizar otras acciones, por ejemplo, participar en asambleas
comunitarias, en la escuela, en la sociedad civil, y también participar
con el voto en las elecciones parlamentarias y presidenciales. Esta es
una herramienta que, como ciudadanos y como cristianos, tenemos el
derecho de ejercer. ¿Lo estás haciendo tú?
“Señor
mío Jesucristo, te ruego que abras mis ojos y mi corazón para darme
cuenta en qué cosas actúo yo como los fariseos y enséñame a ver y
entender el verdadero sentido de la Ley de Dios.”
2 Tesalonicenses 1, 1-5. 11-12; Salmo 95, 1-5