martes, 17 de marzo de 2015

Reflexión de Hoy- Martes 17-03-15 (Meditación: Juan 5, 1-3. 5-16).

Meditación: Juan 5, 1-3. 5-16. Autor: Fuente: la-palabra.com Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina. (Juan 5, 7) En el Evangelio que le

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Meditación: Juan 5, 1-3. 5-16.

Autor:
Fuente: la-palabra.com

Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina. (Juan 5, 7)

En el Evangelio que leemos hoy, el hecho de que el hombre sufriera de parálisis desde hacía 38 años aparentemente no era causa de preocupación para nadie. Anhelaba curarse, pero no podía sumergirse en las aguas curativas del estanque de Betesdá, porque siendo paralítico no podía moverse para entrar rápidamente en el estanque y no había nadie que quisiera socorrerlo. ¡Qué situación más deprimente! La indolencia y la apatía es una epidemia que mantiene en la pobreza a los más necesitados, sin casa a los que no tienen hogar, con hambre a los que no tienen qué comer y perdidos a los que no conocen a Dios.

La Escritura dice que "'Todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él'. Ahora bien, ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie? ¿Y cómo va a haber quienes lo anuncien, si no son enviados?" (Romanos 10, 13-14). ¿Cómo podía curarse el paralítico si nadie le ayudaba? ¿Y cómo pueden otras personas conocer al Señor si nadie comparte con ellas la buena noticia de la salvación?

Es cierto que Dios convierte las almas, pero nosotros somos los que debemos evangelizar y para ello tenemos un testimonio doble que dar: la vida práctica y la palabra.

Jesús quiere que seamos sal y luz en el mundo, en grado justo y en el momento oportuno. Un poco de sal sazona y da sabor, pero en exceso produce náusea; un poco de luz alumbra y genera calor, pero en exceso encandila y enceguece. Del mismo modo, la evangelización puede ofrecer la verdad de un modo atractivo, sin presiones ni superioridad. Esto significa que hay que invitar a las personas a experimentar la purificación y la renovación que Dios ya ha producido en nosotros. Si permanecemos en Cristo, sumergidos en su río de gracia podremos decir a los demás, "¡Vengan y métanse al agua; está deliciosa!"

Pero todo esto hay que hacerlo con amor, con tacto y prudencia, para que el resultado sea positivo y las personas abran su corazón y su mente para aceptar la obra del Señor.

"Señor y Dios mío, te ruego que me utilices a mí y a mis familiares para dar de beber a los que tienen sed, de comer a los que tienen hambre y tu Palabra a los que están paralizados por la incredulidad."

Ezequiel 47, 1-9. 12
Salmo 45, 2-3. 5-6. 8-9

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