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Perdonarse a uno mismo.
Autor: Alfonso Aguiló
Fuente:
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Todos
sabemos que, muchas veces, perdonar es difícil. Pero quizá para algunos
sea especialmente difícil perdonarse a uno mismo. Y están tristes
porque no se perdonan sus propios fracasos, porque alimentan sus errores
dándoles vueltas en su memoria, porque parece que se empeñan en
mantener abiertas sus propias heridas. Son como cadenas que se ponen a
sí mismos, cárceles en las que se encierran voluntariamente.
A
lo mejor están tristes y sienten dentro del corazón como una especie de
lanzada que les amarga la existencia, porque cargan con una
responsabilidad que no les corresponde, por un fracaso que no es suyo,
al menos en su totalidad.
Sucede
a veces, por ejemplo, con la educación de los hijos. Unas veces se
falla porque se hace mal, otras porque hay circunstancias ajenas que lo
estropean sin culpa de los padres, y otras simplemente porque los hijos
son libres. En cualquier caso, la solución nunca es dejarse consumir por
la tristeza, sino rectificar en lo posible el rumbo, procurar aprender,
intentar recuperar el terreno que se haya perdido, mirar al futuro con
esperanza.
La
falta de perdón para uno mismo suele generar tristeza, y una y otra
tienen su origen en el orgullo. Y así como el orgullo del que es
simplemente vanidoso, o de quien está pagado de sí mismo, es el más
corriente y menos peligroso; en cambio, pasarse la vida dando vueltas a
los propios errores suele ser señal de un orgullo más refinado y
destructivo.
Es
preciso aprender a aceptarse serenamente a uno mismo. Aceptarse, que
nada tiene que ver con una claudicación en la inevitable lucha que
siempre acompaña a toda vida bien planteada, sino que es encontrar un
sensato equilibrio entre exigirse y comprenderse a uno mismo.
Conociéndose
un poco es fácil saber cómo hacer frente a esos desánimos que acompañan
a los propios errores y fracasos. Son instantes de hundimiento y de
desazón, bajones de ánimo que pretenden ganarnos la partida de la vida.
Conviene
pararse a pensar en las razones que los producen. A veces nos
avergonzará ver cómo pueden desanimarnos contratiempos tan tontos; cómo
cosas de tan poca importancia pueden hacernos pasar de la euforia al
abatimiento, o viceversa, de forma tan rápida. Para superarlos, conviene
hacer un esfuerzo de reflexión, un serio intento para ser objetivo,
para ver cómo alejar esas sombras de pesimismo que asaltan
inadvertidamente a todos y que tantas veces no dejan ver la cara soleada
de la vida.
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