domingo, 26 de octubre de 2014

Un domingo para el amor.

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Un domingo para el amor.

Autor: José Ignacio Alemany Grau, obispo.
Fuente: homiliasparalossencillos.blogspot.com/

¿Te gustaría saber que si en este momento te murieras, te canonizaría la Iglesia o no?

Como posiblemente esto te parece un poco complicado, haremos otra pregunta.

¿Por qué canonizaron a Juan Pablo II, a santa Rosa, a san Martín, etc.?

La respuesta es bastante simple. Basta examinar la vida de esa persona y fijarse si ha cumplido lo que enseña el Evangelio de hoy.

Un buen día un experto en la ley preguntó a Jesús, con una intención no muy limpia, por cierto:

“¿Maestro, cuál es el mandamiento principal de la ley?”

La respuesta de Jesús no se hizo esperar.

Tuvo dos partes:

La primera: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”.

Y evitando toda distracción tanto en el que preguntaba como en el público, añadió enseguida:

“El segundo es semejante a éste (mandamiento): amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Jesús concluye que estos mandamientos resumen la ley y los profetas, es decir, todas las enseñanzas y mandamientos que había en ese momento en la historia de la salvación.

Quizá preguntes ¿y qué tiene que ver esto con la pregunta anterior?

La respuesta es muy simple.

Examina si esas personas (y si te atreves a ti mismo) han cumplido con valentía y generosidad estos dos mandamientos, incluso de una manera heroica.

Si es así son santos de verdad, canonizados o no: están definitivamente con Dios.

Por si acaso, recuerda que santa Rosa llegó a escuchar de Jesús unas palabras que le hablaban de amor esponsal: “Rosa de mi corazón sé tú mi esposa”.

Por otra parte ella, san Martín, san Juan Pablo II, etc. vivieron con entrega valiente y generosa el amor y servicio al prójimo, como nos consta por la historia.

El libro del Éxodo, en ambiente del Antiguo Testamento, nos habla también del amor y servicio al prójimo que pide el Señor:

“No oprimirás ni vejarás al forastero.

No explotarás a las viudas y huérfanos…

Si prestas dinero, no lo hagas con usura.

Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol”.

De todas maneras, ten muy en cuenta que cuando cualquier hombre oprimido grite al Señor, el Señor lo respaldará a él y no a ti: “porque Yo soy compasivo”.

Este párrafo nos habla de cosas concretas sobre el amor al prójimo.

El salmo responsorial, por su parte, nos habla de la otra parte del gran mandamiento: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador…”

Y todavía añade más palabras de amor a Dios que a veces no entendemos, pero que se logran entender en la medida en que vivimos el amor a Dios y necesitamos decírselo con palabras muy concretas, por cierto: “Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte”.

Más todavía. El salmista, lleno de amor a este Dios maravilloso concluye diciendo:

“¡Viva el Señor, bendita sea mi roca!”

Sabemos que la roca era el símbolo de Dios en el Antiguo Testamento por lo que ella significa de fuerza, de fidelidad incorruptible.

Por su parte san Pablo nos habla en la carta a los Tesalonicenses que uno de los signos de amor y fidelidad que tenemos a Dios consiste en acoger su Palabra. Y no de cualquier manera sino “acogiendo la Palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo”.

Esa es la alegría del Evangelio que nos presenta el Papa Francisco en su última carta.

Esta acogida es tan intensa que no sólo la han vivido los tesalonicenses sino que ellos mismos la han propagado evangelizando por otros muchos países.

Algo muy importante para nosotros porque, como estamos viendo, el verdadero amor a Dios debe traducirse en la acogida amorosa de su Palabra y también en transmitirla para que otros puedan conocer y amar a Dios sobre todas las cosas.

Por su parte el salmo aleluyático nos advierte que “el que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él”.

Es hermoso pensar que quien acoge la Palabra de Dios, acoge a Dios y quien la comparte con el prójimo está haciendo el acto de caridad más grande, el de unir el corazón de Dios con el corazón del prójimo”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo.

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