Cuando la ira nos ataca.
Autor: Padre Fernando Pascual (Italia)
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La
ira es un pecado terrible. Surge ante insultos o injusticias, ante
robos o ante desprecios, ante indiferencias o ante cobardías, ante
corrupciones y ante lluvias imprevistas.
Algo
llegó a lo más profundo del alma y nos sentimos heridos. Luego, una
amargura profunda, una rabia contra algunos o contra todos, un deseo
vago de venganza, incluso planes concretos para herir al presunto
culpable o a quienes, sin culpa, pueden llegar a convertirse en víctimas
inocentes para un desahogo salvaje.
La ira daña. Daña a quien la siente y daña a quienes la reciben.
Daña
a quien la siente, porque el rencor, a veces acompañado por deseos de
venganza, carcome y aísla, encierra en un mundo que genera desprecio,
descontento, amargura.
Daña a quienes la reciben, porque, con o sin culpa, son atacados, despreciados, marginados, ignorados.
Si
uno ha cometido una falta, lo que necesita es humildad para reconocerla
y perdón para levantarse. No le sirve para nada sufrir las acometidas
violentas de quien está dominado por la ira.
Para
superar el fuego de la ira, uno de los pecados capitales, necesitamos
la ayuda de la paciencia, la mansedumbre, la magnanimidad, la sencillez,
la comprensión.
La
Biblia nos habla con claridad sobre este terrible mal. “Porque la ira
del hombre no obra la justicia de Dios” (St 1,20). “Mas ahora, desechad
también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras
groseras, lejos de vuestra boca” (Col 3,8). “Toda acritud, ira, cólera,
gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre
vosotros” (Ef 4,31). “La prudencia del hombre domina su ira, y su gloria
es dejar pasar una ofensa” (Pr 19,11).
La
ira nos ataca. Cuando se asome en nuestras vidas, cuando asalte la
muralla de nuestro corazón, podemos vencerla con una mirada puesta en el
Crucificado. Con su humildad y su mansedumbre, Cristo supo vencer todo
el odio y la justicia de los hombres. Simplemente, se entregó con Amor y
misericordia, y ofreció su Sangre para rescatar a sus enemigos.
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